Perspectiva. Reconstrucción ciudadana en el PAN

La reconstrucción del Partido Acción Nacional no será fácil pero tampoco imposible. Por fin la cúpula contempla que sin la participación de sus miembros y simpatizantes están perdidos. Mientras Morena quiere llegar a 12 millones de afiliados, el PAN apenas rebasa 300 mil.
El primer remedio es abrir el partido a elecciones primarias, una solución que había pedido Carlos Medina Plascencia junto a los ex gobernadores panistas de México. Los demócratas hacen elecciones y el PAN había tomado el camino fácil de elegir por dedazo a sus candidatos.
Tomemos el caso de los tres últimos gobernadores de Guanajuato. Juan Manuel Oliva decidió la candidatura de Miguel Márquez quien decidió la nominación de Diego Sinhue Rodríguez quien decidió la candidatura de Libia García.
Incluso el propio Juan Manuel Oliva había cortado la vía democrática en Acción Nacional cuando acarreó votantes para echar a un gran panista de la contienda, Eliseo Martínez (q.e.p.d), e ingresar a un externo, Juan Carlos Romero Hicks. Los acarreos fueron los que definieron el destino de Guanajuato y no la voluntad de panistas libres.
Luego vino una  enfermedad común para quienes gobiernan: se olvidaron del partido y todos abandonaron la institución que los llevó al poder. El PAN quedó hueco, sin figuras relevantes porque los puestos y el presupuesto en el gobierno es más atractivo y lucrativo. Sus miembros se encaramaron al poder al estilo del viejo PRI. Hicieron del gobierno su guarida. El partido quedó hueco y mudo; sordo y ajeno; irrelevante y olvidado.
Los presidentes del PAN se convirtieron en personeros del gobernante en turno y mensajeros de sus decisiones. El reparto de candidaturas jamás se discutió ni se evaluó la posibilidad de incluir a líderes locales distintos al gremio de la cúpula. El gobernante dejó de escuchar y nunca corrigió y, cuando surgía alguna voz disidente como la de Carlos Arce, lo único que quisieron hacer fue echarlo del partido. Sólo fue un ruido molesto para ellos.
La impotencia del gobierno estatal para reducir la violencia y la muerte, fue parte de la cerrazón a escuchar, de la distracción del gobernante en construir su futuro empresarial personal, antes que cumplir con su mandato. Mientras eso sucedía en los últimos años, el PAN ni pío decía. Sometido totalmente, inarticulado y con representantes mediocres sólo miraba desde la tribuna. Los panistas dejaron de existir, se habían convertido en burocracia.
Si el partido no cambia de verdad, podría perder los cuatro estados que aún le quedan: Guanajuato, Chihuahua, Aguascalientes y Querétaro. Con la renovación del presidente nacional pueden corregir el rumbo y retomar la fuerza ciudadana de millones que no están de acuerdo con el gobierno de Morena. Un ejemplo sencillo: incorporar a los jueces destituidos por la tómbola de Morena.
El partido no puede competir con dinero del presupuesto en programas sociales porque no le alcanza y va en contra de sus principios de subsidiariedad. Pondrían en juego la salud, la construcción de infraestructura y el futuro de los estados que aún gobiernan.
La respuesta a la debacle debe ser la misma que los llevó al poder en el 2000: recurrir a la participación del ciudadano. Dice Jorge Romero, aspirante al relevo de Marko Cortés, que antes el PAN ganaba sin dinero y sin acarreados. Su fuerza estaba en la clase media, aún la más numerosa del país. Si quieren competir con tarjetazos, perderán el tiempo.

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Enrique Gómez Orozco
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