Perspectiva. Zedillo el estadista
“Tuvimos un manejo cruel de la pandemia, fuimos el peor país del mundo…qué se nos dijo: ni modo, saquen sus estampitas religiosas, amuletos y vamos a ver cómo le hacen”.
Ernesto Zedillo en entrevista con Carlos Loret de Mola.
Si escucha lo que dijo Zedillo en Latinus a Loret de Mola, es seguro que tendrá una impresión de lo que es la crítica más devastadora a la 4T y al actual mandatario. Si no la ha visto, véala. Empiezo por el final, porque los 35 minutos en los que el expresidente soltó todo lo que había callado durante su autoexilio en la Universidad de Yale no tienen desperdicio.
Él prometió, en su intimidad, no opinar ni intervenir en el mandato de los presidentes que le siguieron. Nunca dijo algo de Fox, Calderón o Peña Nieto. Hasta que reventó cuando vino la reforma al Poder Judicial. La primera oportunidad fue en un foro internacional de abogados la semana pasada. La segunda en la entrevista que aceptó a Loret. Con los abogados fue crítico, pero formal; lo que dijo el miércoles al periodista fue demoledor.
Su tesis es que el presidente López Obrador está construyendo otro régimen que puede convertirse en tiranía. En ninguna de sus respuestas se refirió a AMLO por su nombre, solo por su encargo. Su gran enojo proviene de lo que él llama la “violación a la Constitución”; primero por la sobrerrepresentación en las cámaras y luego por el método en el que fue ratificado el cambio en el Senado.
A pregunta de Loret sobre las críticas que le hizo Claudia Sheinbaum sobre el Fobaproa, Zedillo tiene uno de los momentos más brillantes de la entrevista, cuando dice que su fecha en que sintió más orgullo en su mandato no fue cuando terminó con una popularidad del 70% de aprobación, sino en abril de 1995, cuando rescató al sistema de ahorro y de pagos del país. Lo interpretamos como la decisión del estadista, de quien cumple con su deber a pesar de las críticas que vengan, a pesar de la impopularidad de las medidas de ajuste que fueron indispensables para conquistar la estabilidad económica que tenemos desde hace 30 años.
Dijo que él no podía decir a la población -como se hizo en la pandemia- “ni modo, saquen sus estampitas y vamos a ver cómo le hacen”. Quienes vivimos esos años aciagos ahora podemos recordar que ese fue su mejor momento, cuando rescató a los ahorradores -que no a los banqueros- y al país de la bancarrota.
Esa misma prueba la tuvo el actual presidente cuando había que inyectar dinero a la economía, como lo hicieron otros países, para aliviar el impacto del Covid. Se nos dijo “que teníamos que obedecer la austeridad republicana, cuando en realidad este gobierno había recibido un margen fiscal, entonces austeridad republicana para los proyectos imperiales, para los proyectos ególatras…” Dice bien Zedillo que no hubo el liderazgo para tomar decisiones y apoyar a los más pobres.
Los momentos difíciles marcan la historia. Winston Churchill nunca claudicó ante la amenaza nazi y enfrentó con sangre, sudor y dolor la agresión de Hitler. Todos lo recordamos cuando daba sus discursos en el Parlamento y no tenemos la imagen del estadista después del triunfo.
Zedillo debió guardarse todos los corajes que le propiciaba el mal manejo de la política y la economía en estos seis años. Ahora estalla porque ve la destrucción del proyecto democrático y republicano que construyó en conjunto con la oposición. Hoy lo destruyen quienes llegaron al poder gracias a esa transición republicana.
La estatura de Zedillo crece con el paso del tiempo. Esperemos que siga su participación intelectual y política permanente en defensa de la República.
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