Retroceso en la política exterior de México
La política exterior mexicana fue un referente de la diplomacia internacional, desde 1930 que se creó la llamada Doctrina Estrada, y se afianzaron los principios de No intervención y de Libre Autodeterminación de los Pueblos.
La idea es privilegiar la soberanía de los Estados, la libertad de los pueblos para elegir su forma de gobierno, y marcar el carácter limitativo del Estado Mexicano para calificar o intervenir en gobiernos extranjeros.
Aunque estos principios han sufrido altibajos en el transcurso de las décadas, se mantienen como el estándar en que deberían llevarse a cabo las relaciones exteriores del país. Sin embargo, en la actualidad no ocurre.
Dos perlas para ejemplificar esto. Primero, la entrega del Águila Azteca a Miguel Díaz Canel, presidente de Cuba. La Orden Mexicana del Águila Azteca es el reconocimiento más alto que el Estado Mexicano da, desde 1933, a personalidades extranjeras que se han distinguido por su servicio a México o a la humanidad. Para la designación de esta medalla, el presidente de la república tiene la última palabra.
El hecho de que el ejecutivo federal haya entregado la presea al gobernante de la dictadura más duradera en América Latina contradice el principio de la Libre Autodeterminación de los Pueblos, ya que efectivamente el pueblo cubano, desde el ascenso de Fidel Castro, no ha tenido la democracia necesaria para elegir su propio gobierno.
Segundo, los calificativos que nuestro presidente ha hecho a la presidencia de Perú, luego del fallido golpe de estado legislativo, las acusaciones de corrupción contra Pedro Castillo, y el nombramiento de Dina Boluarte en el ejecutivo peruano, son de un carácter totalmente intervencionista.
Peor aún, que nuestro ejecutivo se niegue a entregar la presidencia de la Alianza del Pacífico a Perú, cuando por estatuto le corresponde, tensa aún más las relaciones diplomáticas entre el bloque conformado por Chile, Colombia, Perú, y nuestro país.
Que el Estado Mexicano legitime a golpistas y dictadores es un retroceso en la política exterior del país. No sólo eso. Con estas acciones, el presidente de México está poniendo a su canciller en aprietos de los que no saldrá políticamente ileso, en un contexto en el que ese canciller es la única figura que podría suceder a AMLO en la presidencia, manteniendo un equilibrio entre dos polos contradictorios: el proyecto de país que tiene López Obrador y una sensata visión de Estado.
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