Totalitarismo blando

La democracia, como forma política de organizar y ejercer el poder, necesita contrapesos institucionales en la representación del Estado. El totalitarismo, como antítesis de la democracia, busca exactamente lo contrario: que el poder no tenga ningún contrapeso y lo ejerza absolutamente una sola fuerza política, un solo liderazgo, una sola voz coreada al unísono por los seguidores del poder absoluto.

En México vemos cómo nuestra democracia va cediendo terreno a formas de organizar el poder que se asemejan mucho al totalitarismo. El Poder Ejecutivo busca un régimen presidencialista, en el que la titularidad del gobierno federal se privilegie sobre los poderes legislativo y judicial, mediante la cooptación y la desacreditación de dichos poderes. Así ha sido durante el actual sexenio.

Así que, desde la presidencia de la república, se ha forjado una narrativa en la que la democracia es la voz del pueblo, y el líder encarna al pueblo; por lo que estar en contra del líder es contradecir la voluntad popular yéndose del lado de los adversarios, los opositores a la transformación, los detractores del pueblo bueno y sabio.

Esta narrativa ha permitido legitimar acciones antidemocráticas. Las más recientes son los embates contra el poder judicial y la infiltración de ministros leales al líder totalitario; así como la cooptación de los representantes legislativos para actuar en bloque al antojo del líder. Una más: la intentona por desaparecer los Órganos Autónomos que fiscalizan, transparentan, o contrapesan el actuar del ejecutivo.

El Estado Mexicano tiene una vulnerabilidad institucional. El sistema electoral tiene sus propios padecimientos. En suma, esto es un ecosistema nocivo para la democracia. Con las campañas políticas federales del año entrante, habrá un ambiente propicio para que, gane quien gane, existan condiciones para el desmantelamiento institucional en muchas áreas del Estado. No es exagerado decir que la democracia peligra.

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