Un cerillo en un charco de gasolina

Uno de los grandes problemas de nuestros tiempos es la proliferación de discursos de odio. Se trata, de acuerdo con la ONU, de “un discurso ofensivo dirigido a un grupo o individuo y que se basa en características inherentes (como son la raza, la religión o el género) y que pueden poner en peligro la paz social”.

Verificado, una iniciativa orientada a combatir la desinformación mediante la verificación de datos, identifica los principales tipos de discurso odiante: el antisemitismo, contra personas de origen judío; el antiarabismo, contra personas de origen árabe; la aporofobia, contra personas pobres o sin hogar; la LGBTfobia, contra personas de la diversidad sexogenérica; el racismo, contra personas con características raciales y que no corresponden a las dominantes; el sexismo, principalmente contra las mujeres; la xenofobia, contra personas migrantes o extranjeras; el clasismo, contra personas de una clase social más baja; y el edadismo, contra personas mayores.

En todas ellas hay una combinación de prejuicios, rechazo y discriminación en contra de personas o grupos. Sin embargo, esto es complejo y tiene sus matices, por ejemplo, se rechaza a las personas migrantes, pero no a todas, porque en México no es lo mismo llegar siendo argentino o español, que siendo hondureño o salvadoreño. Se rechaza a las mujeres, pero no por igual, porque parece que no es lo mismo ser una mujer blanca, con un título universitario y dinero, que ser una mujer morena, sin estudios y sin dinero.

El discurso de odio implica la difusión de información estigmatizante, orientada a despertar emociones negativas en el otro en contra de alguien, una persona, un grupo, un sector.

Lo vemos todo el tiempo cuando viene una caravana migrante, hay una marcha feminista o una de la comunidad LGBTIQ+. Lo vemos mucho en tiempos electorales y, aunque es algo que afecta a todos, suele ser más fuerte contra las mujeres, las y los activistas y las y los periodistas.

El discurso de odio es una chispa que se enciende sobre la base de la desinformación. Como había comentado hace algunas semanas, circula mucha información falsa deliberadamente producida para dañar. En distintas investigaciones se ha visto que las personas tienden a creer la información falsa cuando es algo que se conecta con su escala de valores. Por ejemplo, si una persona que apoya a la candidata Fulanita recibe una nota falsa sobre una acción que hizo la candidata Perenganita, es muy probable que la crea, muchas veces sin cuestionarlo, porque le da elementos para seguir estando en contra.

La información falsa se extiende muy rápido, pero la verificación de la información no viaja igual de rápido ni con el mismo alcance. Si a esa información le sumamos odio, es como lanzar un cerillo en un charco de gasolina. Vemos casos todo el tiempo en las redes, sobre todo en plataformas como X —antes Twitter, donde parece haber más ataques que argumentos—. La vemos también en aplicaciones de mensajería instantánea, donde además, no es tan rastreable.

Estamos viendo ahora esta circulación de discursos de odio en contra de las candidatas a la presidencia de la república, así como en contra de otras personas que participan en las candidaturas. Se habla del cuerpo de las candidatas, de sus maneras de vestir o sus vínculos, de una manera machista e irresponsable. Esto contribuye a la polarización, a acrecentar la separación entre las diferencias en vez de entender que esas diferencias pueden y necesitan coexistir en sociedades tan diversas.

Si la información que recibimos apela a nuestras emociones, no con datos, sino con prejuicios y ataques, muy probablemente estemos ante discursos de odio. Nos corresponde apagar el cerillo y dejar de esparcir el odio. No necesitamos más odio en nuestro mundo.

Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión

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Dorismilda Flores-Márquez
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