Una Doctrina Estrada a conveniencia
No hace mucho tiempo cuando yo aún era estudiante de la carrera de Derecho más de algún profesor llegó a comentar que México era el país con más tratados internacionales. Quiero suponer que a la fecha esta situación sigue siendo la misma, lo que en estricto sentido se traduce a que a lo largo de los años México ha apostado fuertemente por generar y conservar buenas relaciones en el ámbito internacional.
Desde la década de los treinta del siglo pasado la política exterior mexicana ha tenido como base a la Doctrina Estrada, que no es otra cosa que el respeto a la libre autodeterminación de los pueblos; en otras palabras, fija la postura del estado mexicano respecto a la no injerencia en los asuntos internos de otros países.
Esta práctica diplomática tiene como punto de partida, o al menos así debería de ser, el hecho de la neutralidad mexicana respecto a aquellos conflictos al interior de otras naciones que pudiesen suscitarse. Sin embargo, por más que ha sido una práctica constante por prácticamente los últimos cien años, últimamente pareciera que se ha convertido en letra muerta.
Esto se debe a que el actual gobierno federal se ha involucrado de manera directa en asuntos propios de otros países, entendiéndose que quizás es más con el afán de proteger a ciertos personajes aliados del presidente mexicano. Tenemos el caso del claro respaldo del presidente López Obrador a los regímenes de Venezuela, Cuba y Nicaragua, así como el rescate casi inmediato de Evo Morales en Bolivia y más recientemente el apoyo incondicional a Pedro Castillo, el depuesto presidente del Perú.
Pareciera que hay un afán muy marcado desde Palacio Nacional de que el presidente de México encarne una especie de liderazgo que vele por los intereses del gran pueblo latinoamericano, parecido a lo que en su tiempo quiso hacer el presidente Echeverría.
Tenemos como ejemplo el reciente desplante hecho por López Obrador al presidente Biden, de no asistir a la Cumbre de la Américas, porque los EE.UU. no invitaron ni a Maduro, ni a Ortega, ni a Díaz Canel. Y es que hay muchas preguntas sin responder respecto al interés marcado que tiene el gobierno mexicano de solapar, apoyar y hasta proteger a aquellos gobiernos dictatoriales en América Latina.
Volviendo a la Doctrina Estrada, actualmente es utilizada a conveniencia de las circunstancias de tiempo, modo y lugar, haciendo que México cambie su diplomacia según el caso en concreto, lo que solo genera ambigüedades diplomáticas y que a la largo podría tener efectos irreversibles.
Como mexicanos nos sale lo patriota cuando algún otro país o gobierno trata de involucrarse en nuestra política interna, es algo que simplemente no gusta y además molesta. Es entonces que si no nos gusta que nos hagan eso, ¿por qué nuestro gobierno si mete las narices en los asuntos de otros países?
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