Vidas que parecen no importar

Estoy de regreso, luego de una ausencia de algunas semanas y quiero traer a la discusión un par de asuntos que nos hablan de una gran crisis como humanidad en torno a las y los migrantes y a la población de origen migrante.

De entrada, el 14 de junio naufragó en el Mediterráneo una embarcación repleta de migrantes. Algunas organizaciones no gubernamentales hablan de más de 700 personas que provenían principalmente de Pakistán, Siria y Egipto. Se registraron al menos 78 personas fallecidas, poco más de 100 sobrevivientes y cientos de personas desaparecidas. El reclamo de las ONG es porque las autoridades de Grecia, Italia y Malta habían sido alertadas y no emprendieron acciones de rescate o, al menos, no a tiempo.

No se trata de acontecimientos aislados. De hecho, es común que estás tragedias ocurran en esa zona. La OIM —Organización Internacional para las Migraciones de las Naciones Unidas— señala que en lo que va de 2023, al menos 1,807 migrantes han muerto o desaparecido en el Mediterráneo tratando de llegar a Europa. Como dicen algunas ONG allá, estas muertes son evitables entonces: “no son accidentes, son asesinatos”. La indignación ante estas muertes parece desvanecerse pronto.

Por otro lado, el caso del asesinato de Nahel, mantiene a Francia en llamas. El 27 de julio, un policía francés asesinó a este joven de 17 años, de familia franco-argelina, que vivía en Nanterre, en la banlieue de París. Por cierto, en los medios están traduciendo banlieue como suburbios, pero es mucho más que eso. Son zonas de exclusión, periferias, donde se concentra la pobreza, que son habitadas principalmente por migrantes, o bien por franceses descendientes de migrantes. Estos lugares, como señala la periodista Anna Bosch, están “alejados, mal comunicados, con peores servicios públicos y acumulando el sentimiento de que no son ciudadanos en pleno derecho”.

En esto coincide el reconocido sociólogo francés Michel Wieviorka: “Estos jóvenes consideran que esos lugares no son para ellos, sino para otros. Francia es un país donde el poder, las élites, los periodistas, muchos intelectuales, dicen que la república es de todos, pero los jóvenes no lo sienten así. Ellos consideran que no tienen libertad, que la policía hace más controles de identidad a ellos que a los demás. No hay fraternidad ni igualdad, sienten que la República es una promesa abstracta, no una realidad”. Recordemos que el lema de Francia es “libertad, igualdad, fraternidad”.

Y esto que dice Wieviorka lo vi también cuando, caminando con un amigo en unas plazas de París, la policía revisó a todos a nuestro alrededor, pero a nosotros no. Le pregunté qué fue eso y me respondió: “no somos negros ni parecemos árabes, es a ellos a los que revisan”. Entonces, esta libertad, igualdad, fraternidad, no es para todos.

El asunto es que en ambos casos, tanto en el caso de los barcos que naufragan como en el caso de las protestas por el asesinato de un joven en París, se están disparando la indiferencia y los discursos de odio: la indiferencia, cuando naturalizamos la muerte de migrantes y dejamos de indignarnos ante lo que es, muerte de seres humanos como nosotros; discursos de odio cuando se aprovechan los disturbios para desear que se limpie Francia y que mueran los migrantes, cuando se asume que, por ser migrantes, son terroristas o delincuentes. Eso lo vemos muy seguido también de este lado del mundo.

En fin, mientras termino de preparar este comentario, veo pasar una nota: “Un barco de rescate salva a casi 200 inmigrantes a la deriva en el Mediterráneo”. Con eso recupero, aunque sea un poquito, la esperanza en la humanidad.

Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión

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Dorismilda Flores-Márquez
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