Borrado de mujeres
Hace algunos días se viralizó una fotografía de J.K. Rowling, autora de la serie de novelas de Harry Potter, celebrando que Reino Unido haya dejado de considerar a las mujeres trans como mujeres.
Si bien el corazón de todo país democrático es el pleno reconocimiento de los derechos humanos, sustento de la dignidad, libertad e igualdad de todas las personas, las poblaciones trans –quienes asumen un género distinto asignado al nacer– enfrentan amenazas a estas garantías en todo el mundo. La Corte Suprema de Reino Unido decidió que la definición de mujer dentro de su legislación deberá basarse en el sexo biológico, dejando a mujeres trans al margen de su protección. La organización feminista transexcluyente For Women Scotland fue quien acusó ante tribunales que la inclusión de mujeres transgénero supuestamente desplaza a las mujeres cisgénero, como si se tratara de una categoría con cupo limitado.
Sin embargo el género no se reduce a la biología. Durante décadas, estudios científicos, así como los marcos legales internacionales han coincidido en entender al género como un conjunto de construcciones sociales, culturales y simbólicas que van más allá de una combinación de cromosomas. Precisamente la lucha del feminismo busca combatir los esencialismos que atribuyen la desigualdad entre mujeres y hombres a sus características sexuales.
El género tampoco es una idea que opera de forma competitiva pues aceptar la identidad de una persona no resta ni minimiza la de otra. La incorporación de derechos para las personas trans a los ordenamientos jurídicos —como el cambio de nombre y sexo en actas, el acceso a servicios de salud adecuados o la protección contra la discriminación— no implica la supresión de los derechos de las mujeres cis. Por el contrario, fortalecer la protección contra la violencia de género y la discriminación beneficia a todas, independientemente de su origen biológico.
El tema alimenta un debate incendiario pero con independencia de las opiniones, las personas trans existen y negar su identidad –el verdadero borrado– no solo implica el desconocimiento de su realidad, sino también de derechos protegidos por consensos internacionales. Su reconocimiento no es mera formalidad: es una medida urgente de justicia social y de reparación ante años de violencia estructural. En una sociedad plural, libre y justa, nadie debe correr peligro por el simple hecho de existir.
Desde el ámbito electoral se han dado pasos importantes en el reconocimiento de estas poblaciones promoviendo el respeto de su autoadscripción en el derecho a votar y ser votadas en elecciones. En general México ha avanzado, pero la igualdad real exige más que leyes: requiere voluntad política, educación, empatía y, sobre todo, una defensa firme de los derechos que corresponden a todas las mujeres. Una democracia incluyente no puede construirse mientras existan sectores sistemáticamente borrados de los espacios públicos y de la toma de decisiones.
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