Día Internacional de los Derechos Humanos
El pasado domingo 10 de diciembre, en el marco del Día Internacional de los Derechos Humanos, asistí a la ceremonia del aniversario del CRREAD, Centro de Rehabilitación y Recuperación para Enfermos de Alcoholismo y Drogadicción, en el Municipio de Calvillo.
Me conmovió el testimonio de un adicto, directivo de la Asociación, que expresó con singular franqueza “si quieren escuchar milagros, vayan a misa, pero si quieren verlos vengan al CRREAD y verán de lo que son capaces quienes han decidido rehabilitarse para recuperar su vida y su familia”.
El consumo de drogas es un padecimiento, no una elección. En este contexto resulta primordial cambiar la narrativa; las personas adictas son sujetos con derecho a una vida digna, libre y justa, personas que requieren urgentemente se les tienda la mano y que no se criminalice su conducta.
En pleno Siglo XXI y paradójicamente en tiempos de paz, el tráfico de drogas sintéticas, las más tóxicas y las más adictivas, se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos y peligrosos, cuyos efectos en la salud son tan devastadores que sólo uno de cada cinco consumidores logra rehabilitarse. Quienes consumen cristal, crack, fentanilo, crico, hielo, éxtasis, cricrí, hielo, entre tantas otras, se transforman en los invencibles superhéroes, en los eternos vencedores de la fatiga, en los campeones olímpicos del dolor y en los centinelas de las noches de insomnio en que se beben la vida en sorbos de infierno para contener todos los miedos emboscados que más temprano que tarde les conducirán irremediablemente a la locura e inevitablemente a la muerte.
México ha padecido las terribles consecuencias de la guerra contra el narcotráfico, poner fin a esa guerra inútil nos obliga a tratar el problema de las drogas como un asunto de naturaleza ética y de carácter político. Corresponde a los tres órdenes de gobierno fortalecer la Estrategia Nacional para la Prevención de Adicciones y promover la salud mental en las 32 entidades de la república.
Acaso de este modo, la población que lucha por recuperar su vida y su familia en Calvillo y en todo México, seguirá el ejemplo del poeta Alma Fuerte y no se darán por vencidos, ni aún vencidos, no se sentirán esclavos de las drogas, ni aún esclavos, trémulos de pavor se pensarán bravos y arremeterán feroces ya mal heridos, porque tendrán el tezón del clavo enmohecido que viejo y ruin vuelve a ser clavo, no la cobarde intrepidez del pavo que amaina su plumaje al primer ruido.
Procederán como Dios que nunca llora, o como Lucifer que nunca reza, o como el robledal cuya grandeza necesita del agua y no la implora, y a la manera del Presidente Andrés Manuel López Obrador, sabrán que dejar de luchar es empezar a morir.
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