El Día del Presidente

En el costumbrismo político nacional había una efeméride extraoficial: el Día del Presidente. Este día es el primero de septiembre, cuando constitucionalmente se entrega al Poder Legislativo el informe anual del trabajo que hizo el Poder Ejecutivo Federal al año anterior. En esa fecha, el titular del ejecutivo había tenido históricamente sobre sí todos los reflectores y las cámaras; y le escuchaban todos los micrófonos a nivel nacional, para dar discursos y elogiar su propio trabajo. La costumbre y la efeméride evolucionaron al paso del tiempo, con diversos hitos históricos.

Este mecanismo constitucional de que el presidente de México informe el 1 de septiembre fue impulsado desde 1917 por Venustiano Carranza; luego, Lázaro Cárdenas fue el primero en hacer masivo el Informe de Gobierno, en 1936, al transmitir su discurso completo por la radio; después, Miguel Alemán Valdés comenzó a transmitir su informe completo por la televisión comercial del país. En esos tiempos, el Día del Presidente obligaba al asueto laboral, y todos los medios repetían lo que el ejecutivo tenía que decir sobre el estado que guardaba la nación.

Era una efeméride en la que el ejecutivo celebraba su propio trabajo ante la tribuna del Congreso. Pero, a lo largo de los años ha evolucionado a la par de los eventos nacionales que nos han traído aquí. Por ejemplo, Díaz Ordaz en su informe de 1968, abusó del cinismo al afirmar que “Hemos sido tolerantes hasta excesos criticados”, al referirse a las manifestaciones estudiantiles; o López Portillo, en 1982, gritando entre lágrimas “Defenderé el peso como un perro”, en medio de la más grave crisis económica de su tiempo.

Otro episodio de cambio fue en 1988, último informe de Miguel de la Madrid. En medio de las acusaciones de fraude electoral, Porfirio Muñoz Ledo interpeló al ejecutivo a medio informe, en los tiempos de “es la hora que usted diga, señor presidente”. Así, cuando el PRI perdió el control del congreso, la reforma política de 1997 instauró que el informe presidencial debería ser contestado por un miembro de la legislatura. Fue el mismo Muñoz Ledo quien dictó el memorable discurso de la no subordinación de un poder sobre otro.

Luego, en 2006, en medio de las pugnas por la elección que dio el triunfo a Calderón, los ánimos estuvieron tan ríspidos que el presidente Fox ya no pudo dar su informe en la tribuna, y sólo lo entregó por escrito. Fue el último presidente de la república que rindió cuentas personalmente ante el Congreso de la Unión. Desde entonces, sólo se hace el protocolo legal de entrega del documento, tradicionalmente por el Secretario de Gobernación a la presidencia del Congreso, y el ejecutivo da un discurso en otra sede.

El otrora Día del Presidente, al quinto año del actual ejecutivo, se evaporó entre las graves crisis que padece el país y los otros datos que tiene el mandatario. Se opacó por la sucesión presidencial del año entrante. Se ha reducido a la caricatura de sí mismo en un contexto político polarizado en el que importa más el posicionamiento ideológico que la cruenta realidad de violencia, el desgaste ambiental, la crisis económica, la educativa, o la de salud. En términos prácticos, no se dan cuenta que el sexenio ya acabó.

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Alan Santacruz
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