El puerto de Acapulco… después del huracán

El huracán que el pasado 25 de octubre azotó la costa del Océano Pacífico, ha desconcertado por completo a científicos e investigadores de probada experiencia en fenómenos meteorológicos que tuvieron que aceptar que los, usualmente confiables, modelos computacionales fallaron y en consecuencia no lograron pronosticar la magnitud de un huracán, disfrazado de tormenta tropical, que llegó a la apacible bahía de Acapulco, a mitad de la noche, con una fuerza tan explosiva como inesperada, con vientos de hasta 270 kilómetros por hora.

El Servicio Meteorológico Nacional de México y el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos, a través de sus connotados expertos en ciencias atmosféricas, reconocieron que lo sucedido en Guerrero fue una experiencia inédita y atípica, no existen registros de un huracán que en su fase inicial se pronosticara como tormenta tropical y que abruptamente, en menos de 12 horas, se convirtiera en huracán categoría cinco. También reconocieron que las aguas cálidas son el mejor combustible para los huracanes, el calor en las profundidades oceánicas ha estado rompiendo récords y ello se debe, reconozcámoslo o no, al cambio climático, los océanos actúan como esponja para absorber gran parte del exceso de calor provocado por los gases de efecto invernadero. México ha enfrenado todo tipo de catástrofes y pareciera que no escucháramos el elocuente mensaje de los desastres naturales. Los humanos nos asumimos como víctimas de esas catástrofes cuando, a decir verdad, la víctima es el planeta. El mundo no está pidiendo ayuda en el momento mismo de un terremoto, un deslave, una inundación, un tornado, una sequía, un incendio forestal o un tsunami. Si queremos ayudar y salvar nuestro planeta debemos dejar de contaminarlo. Pensar que la catástrofe de Acapulco y poblaciones aledañas se pudo prevenir con una llamada a misa o con luces de un semáforo de alerta, es menospreciar la importancia de mantener la cohesión social como respuesta al estado de emergencia que vivió Guerrero cuyo objetivo fue evitar que la crisis humanitaria y económica se transforme en una crisis de gobernabilidad que dificulte aún más la recuperación de uno de los destinos turísticos más emblemáticos de México, tal como lo pretenden nuestros adversarios políticos que anhelan con vehemencia que a nuestro país le vaya mal y que al gobierno del Licenciado Andrés Manuel López Obrador le vaya peor. 

En su perfidia no alcanzan a dimensionar la magnitud de la tragedia, ni los incuantificables daños materiales que suman miles de millones de dólares. Pragmáticos y desmemoriados como siempre le exigen al presidente un balance puntual de los daños materiales ocasionados por el huracán, número exacto de muertos y desaparecidos, restablecimiento inmediato de la energía eléctrica, pronta atención a damnificados, liberación sin restricciones de fondos públicos que alivien sus penurias patrimoniales. 

Están pensando más en la próxima elección que en la pronta reconstrucción de un Puerto cuya actividad turística ha sido posible gracias al esfuerzo cotidiano de incontables familias que lo han perdido todo. 

Mientras tanto, por los caminos del sur, seguirá llegando la ayuda humanitaria de mujeres y hombres de buena voluntad que a la manera del novelista inglés Herbert George Wells saben que la civilización es una carrera entre la educación y la catástrofe.

Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión

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Nora Ruvalcaba Gámez
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