Influencia, incidencia e impacto
Uno de los rasgos más marcados de lo que pasa en el país es que, más allá de los problemas por los que atravesamos, muchos mexicanos no parecen muy preocupados por ellos o no dimensionan su gravedad o han perdido de vista algunos aspectos de los cuales depende el crecimiento de una economía, que haya mejores empleos y en suma que el país prospere.
Eso es lo que ya sabemos y observamos todos los días.
Dejenme darles un ejemplo. Cuando usted usa su teléfono inteligente, o ve una pantalla plana de altísima definición o pide la música que quiere a una bocina inalámbrica, normalmente nunca nos preguntamos quienes los diseñaron, quienes los inventaron y cómo han cambiado cosas que hace pocos años eran impensables.
Bueno, eso se llama innovación y generación de conocimiento a través de eso que se conoce como patentes o modelos de utilidad cuando alguien inventa algo, los cuales a su vez hacen prosperar a los países. Y en este aspecto también estamos sufriendo un serio rezago.
Trataré de explicarlo. En América Latina se genera menos del 2% de las solicitudes de patentes en el mundo, y la región importa ocho veces más patentes de las que exporta, la proporción más elevada de cualquier región, excepto África. Es decir, para incorporar avances en nuestra vida diaria tenemos que comprarlos en otros países.
En suma, esta es una crisis que no se ve.
Desde hace décadas, nos acostumbramos a depender de la producción y exportación de materias primas, como petróleo, azúcar, café, carne y productos así y casi ningún país emprendió con éxito una transformación para agregarle valor a esa producción y construir economías más diversificadas e innovadoras. El resultado es que nos rezagamos.
Por ejemplo, se calcula que este año se van a presentar unos 5 millones de solicitudes de patentes en todo el mundo. De ese total se han otorgado 10 mil 300 patentes, pero de ellas solo 657 son mexicanas. Peor todavía: 95% de las patentes las registraron o solicitaron inventores extranjeros y solamente el 5 por ciento mexicanos. Esto es una tragedia.
El segundo problema es que ahora las economías nacionales exitosas se están organizando en clusters científicos y tecnológicos, es decir, estados o ciudades enteras que son la espina dorsal de un ecosistema nacional de innovación donde hay científicos brillantes, empresas intensivas en I+D e inventores prolíficos, una colaboración que da lugar a invenciones que impulsan la innovación nacional, regional y mundial. Lamentablemente, México no tiene un solo cluster de este tipo entre los primeros 100 a nivel global.
Históricamente muchas innovaciones importantes han surgido de centros de investigación. Por ejemplo, la tomografía computarizada que sirve para diagnosticar enfermedades fue patentada por investigadores de Georgetown University; la primera versión del cinturón de seguridad para los autos surgió en la universidad de Cornell; algunas aplicaciones tempranas de celdas solares salieron del Tecnológico de Massachusetts; las vacunas antigripales en la universidad de Rochester, y así sucesivamente. Esto es justamente lo que se llama hacer investigación aplicada con influencia, incidencia e impacto, en donde ni México ni uno solo de sus estados pintan.
La conclusión es que los países que prosperan en forma rápida y sostenida están haciendo algo que va más allá de proporcionar educación, lo cual, sin embargo, no está sucediendo.
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