La cotidianidad del delito
Pues como me lo contaron, se los cuento. Dicen los díceres que se dice que el pasado jueves, poco después de la puesta del sol, en la comunidad de Emiliano Zapata, en el municipio de Pabellón, llegaron hasta el domicilio de un vecino, una pareja de matones en motocicleta y le dispararon varias veces hiriéndolo mortalmente. Me dicen también, que marcaron los teléfonos de emergencia y que por increíble que pueda parecer, llegaron casi inmediatamente policías a los que se comunicó el suceso, y los testigos, que los hubo muchos, les informaron el rumbo por donde habían ganado los asesinos.
La policía, según dicen, se excusó de perseguirlos con el pretexto de no conocer esos lugares, sus caminos y veredas, los vecinos no esperaron que los patrulleros consultarán Google Maps, sino que se organizaron y armados con lo que pudieron de resortera para arriba y en los vehículos disponibles, principalmente una camioneta, fueron tras los agresores a los que alcanzaron más lejos, y la superioridad numérica se impuso, logrando capturarlos. Ya detenidos, le comunicaron a la policía, que con lujo de valor e inteligencia, encontró el camino, recibió a los retenidos y los trasladó a buena causa.
Así me lo contaron, y sin los matices trágicos, me recordó la anécdota de un policía que por mal nombre le decían “El Cuchillo”, que estando de guardia en el jardín de Cholula, le llegaron a avisar que en los corrales frente al Panteón de la Cruz, había una riña. El cumplido servidor público se justificó: “Yo soy guardián del orden, no del desorden”.
El incidente, el asesinato, que ya linda lo cotidiano, con tres tajos de moderado optimismo y las declaraciones reiteradas de las policías, mejorar el armamento y en general el equipo, es desde luego una inversión necesaria, pero hace falta mucho más que eso. Las actitudes suelen decir más que las palabras, la indolencia que caracteriza a varios de estos servidores es espantable, pero también los aires de suficiencia, y por citar a los clásicos, los aires de potestad y adulterio, con que los policías estatales voltean a ver a los ciudadanos de a pie, ni más ni menos como Dios a los conejos, chiquitos y orejones. Lo peor ya empezó suceder, aceptar la cotidianidad del delito y pretender asumir la justicia por propia mano.
Es todo por hoy, hasta una próxima, si la hay.
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