La navidad de los niños invisibles: un llamado a nuestra humanidad
En esta época del año, las calles se llenan de luces, los hogares de risas y las mesas de abundancia. Sin embargo, hay una realidad que permanece en las sombras: la de los niños migrantes que cruzan México en busca de esperanza. Según cifras recientes, entre enero y agosto de 2024, 113,542 niños y adolescentes migrantes irregulares fueron identificados en territorio mexicano. De ellos, casi la mitad son niñas y muchos viajan solos, enfrentando riesgos inimaginables.
La Navidad es un tiempo de magia, pero para estos niños, su travesía está lejos de cualquier cuento de hadas. En su mayoría, huyen de la violencia, la pobreza o el colapso de sus comunidades en países como Venezuela, Honduras y Guatemala. Sueñan con un refugio seguro, pero se encuentran con fronteras militarizadas, discriminación y un sistema que muchas veces los ve como cifras, no como seres humanos.
Cada uno de estos menores lleva una historia consigo: un niño que dejó atrás a su familia porque era su única esperanza, una niña que aprendió demasiado pronto a sobrevivir en un mundo cruel, un adolescente que cargó con los sueños de su hogar entero. Estas historias no deberían ser invisibles, ni siquiera en las noches más festivas.
La Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes en México proclama que estos niños tienen derecho a protección, educación y bienestar. Sin embargo, en la práctica, muchos de ellos pasan días detenidos en estaciones migratorias sin acceso adecuado a servicios básicos. Otros enfrentan la amenaza de redes de tráfico humano o sufren violencia en su camino. Este es un sistema que, en su esfuerzo por contener flujos migratorios, ha olvidado que detrás de las políticas hay vidas.
A pesar de todo, hay esperanza. Existen albergues, comunidades y voluntarios que, con recursos limitados, intentan devolverles un poco de dignidad. Les dan una comida caliente, una cama y, lo más importante, un espacio para sentirse niños nuevamente. Pero su labor no es suficiente sin un compromiso mayor, sin políticas que realmente prioricen su bienestar.
Como sociedad, no podemos permitirnos ignorar esta crisis. La Navidad es el momento ideal para recordar que el verdadero significado de esta temporada radica en dar, en cuidar y en proteger a los más vulnerables. Es un tiempo para reflexionar sobre el tipo de mundo que queremos construir, uno donde ningún niño deba enfrentar un futuro incierto por haber nacido en el lugar equivocado.
Mientras disfrutamos de nuestras tradiciones y el calor de nuestros seres queridos, recordemos a estos niños que no tienen la misma fortuna. Cada acción cuenta: desde apoyar a organizaciones que trabajan en el terreno hasta exigir políticas públicas más justas y humanitarias. La verdadera esencia de la Navidad no está en los regalos, sino en la capacidad de ver y actuar por aquellos que más lo necesitan.
Los niños migrantes no son números en un informe. Son individuos con nombres, sueños y derechos. Esta Navidad, no dejemos que su realidad quede enterrada bajo el brillo de nuestras festividades. Que su lucha sea un recordatorio de nuestra responsabilidad colectiva y un llamado a construir un futuro donde ningún niño sea invisible.
Reflexionemos: la humanidad no se mide por lo que hacemos en nuestras noches de paz, sino por cómo actuamos frente a quienes no conocen la tranquilidad.
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