La rebelión de las tostadoras

Pobre José Ortega y Gasset; si viviera el prohombre (cosa asaz imposible, pues tendría más de 140 años), se volvía a morir.

Decía el filósofo a propósito de las masas (La rebelión de las ídem, libro de 1930, muy citado y en general ignoto)… ¿Y a quién le importa ahora lo que un señor de Madrid, que tenía fama de iracundo, dijera de las masas, comportándose como masas? Luego llegaría el mismísimo erudito, este canadiense, de McLuhan, a advertirnos que estábamos en remisión cultural y acabaríamos como en en los tiempos inmemoriales de las tribus primitivas: para muestra, por si hay quien duda de que el señor es el último de la línea de ilustres profetas Isaías, Enoc, Jeremías, Esequiel, Zacarías, ahí tienen a los ilustres señores Orban , Milei, López de la O (o algo así), a la tránsfuga Marie Le Pen, a la donna Meloni y al mismísimo Trump.

Pero mis preocupaciones ya no son de este mundo, en el entendido de que hablo de este mundo analógico, donde ya nadie pinta nada.

En la línea de mis eruditos favoritos, (y hoy dejamos en paz a Cioran), me remito a Umberto Eco y a sus apocalípticos y sus integrados: en esta esquina –por traer alguien a cuento– el rudo Horkheimer y el demoníaco Adorno, y en esta otra el inmaculado Daniel Bell y, para ya no desbarrar, al mismísimo místico McLuhan. Unos decían que esto de la tecnología ultra moderna era cosa del chamuco (que era lo mismo que decía mi tía Joaquinita), los otros, que esto de la internet, las redes, el llamado internet de las cosas, los (pérfidos) robots y la AI, eran algo así como maná del cielo.

Cuéntame, mucho me temo (y me temo mucho), entre los que piensan que esto de la tecnología se nos está saliendo de las manos y un mal día, cada vez más próximo, vamos a acabar subyugados por la tostadora que tenemos en la cocina, que nos explotará y nos hará trabajar hasta la extenuación, a cambio de unas míseras migas de pan (tostado).

No hablo por hablar, como pueden pensar algunos mal pensados. Justo en semanas recientes he concluido un par de diplomados sobre las espeluznantes avanzadillas de la Inteligencia Artificial. Uno,de carácter obligatorio, que impartió la universidad donde trabajo (hasta que la IA me quite el puesto), y que versaba sobre el uso de los llamados chatbox y los novísimos sistemas educativos; el otro, en simultáneo, y que cursé nomás porque soy apocalíptico, pero también algo masoquista, es sobre el uso de la IA en las tareas periodísticas, impartido por la Google News Iniciative y nada menos que la London School of Economics.

Previo he estado tomando cursillos y diplomados sobre la verificación de noticias, en el Reuters Institute, sobre programación Python, mientras que ando buscando a un alma generosa que me pague un curso sobre Ciencia de Datos, que imparte en remoto la Universidad de Navarra y que, hasta ahora, está fuera del alcance de mi peculio, dada la condición de mis emolumentos –hasta para decir que anda uno bruja se puede ser elegante.

El asunto es que salí de estos cursos (y de los congresos de la SIP sobre la ‘post verdad’ y ‘los otros datos’), asustado y convencido de que estamos en serios riesgos: las máquinas son cada vez más inteligentes y al parecer nosotros cada vez somos más brutos –y a las pruebas me remito.

Como parte de un cursillo adicional sobre NotebookLM, que nos ofreció esta semana la Google News Iniciative (que primero jorobó al periodismo y ahora anda ofreciéndole nimias compensaciones–, alimenté al bot con mi artículo de la semana pasada, esa inspirada pieza en forma de tango, a propósito de Gardel y otras nostalgias. La maquinaria luciferina urdió con tal texto, que tampoco era cosa del otro mundo, un podcast a dos voces, que no solo era mucho más claro que mis líneas escritas al tuntun (he de confesarlo), sino mucho más ameno.

Si por alguna razón, querido y escaso lector, nota que, repentinamente y sin aparente explicación, me da por escribir mejor y de asuntos más interesantes, llame a las autoridades: seguramente la batidora y la freidora de aire me tienen privado de mi libertad en la alacena para suplantar mi identidad.

Abur.

Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión.

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Agustín Morales
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