La urna de Schrödinger
Las encuestas electorales padecen de diversos sesgos que les imposibilitan para ser aceptadas como retratos muestrales fieles a la realidad. Claro, pueden anticipar la ocurrencia de tendencias, o pueden anticipar más o menos qué zonas o grupos demográficos tienen más o menos cuál expresión de sus intenciones; pero el valor sobre el cual no pueden anticipar nada es el llamado Voto Oculto.
El voto Oculto se refiere a la cifra de intenciones no declaradas, ya sea porque la persona encuestada se afirma como indecisa, o pueda ser porque no quiso contestar, o puede que sea -incluso- porque la persona contestó la encuesta, pero no reveló su verdadera intención de voto por temor a alguna represalia gubernamental, del crimen, o de los aparatos de voto corporativo que todavía operan en nuestro país.
En este sentido, las encuestas nacionales manejan un porcentaje variable de Voto Oculto que, para esta elección, ha ido desde el 20 hasta el 50 por ciento de las personas encuestadas. Esto implica que, si los votantes indecisos y los no declarados deciden presentarse a votar en las urnas, pueden modificar todos los pronósticos de las empresas encuestadoras.
El reto entonces, para la sanidad democrática, es ese: que la gente salga a votar. Que se presente en la casilla y participe activamente, y marque la boleta por la fuerza política que considere mejor. Más que el hecho de que gane un partido u otro, importa el hecho de que la ciudadanía efectivamente vote. Y que lo haga libre de coacciones y de miedos.
Al momento, la elección del 2 de junio es como el experimento de Gato de Schrödinger. En este experimento, la realidad debe tomarse como si se mantuviera, al mismo tiempo, en dos estados opuestos, sin poder determinar nada sino hasta que el observador abre la caja y verifica la existencia del gato. Nos toca participar, para luego abrir la caja -la urna- y verificar el verdadero estado que guarda la realidad nacional respecto al proyecto de país que queremos. Por eso, hay que ir a votar.
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