La vieja historia de terror
A mi anoche casi se me espanta el sueño. Antes de dormirme cometí la imprudencia de ver un noticiero internacional: escalada bélica en Medio Oriente; la huída de la primera ministra de Bangladesh (cientos de muertos de por medio, tras semanas de protestas); Ucrania; la represión desatada en Venezuela.
Me causó repelús, hasta la náusea, escuchar al señor Maduro hablar de algo así como la ‘conspiración cíber fascista’; cuando el lenguaje sufre tales agresiones en la boca de tipos soeces como el dictador, a uno le entran ganas de darlo todo perdido.
Pero el asunto más preocupante era el desplome del Índice Nikkei, el principal indicador de la Bolsa de Tokio que, ayer antes de irme a la cama perdía ya más del 12 por ciento. Y no, no es que tenga yo algo que ver con la bolsa japonesa (yo lo más cercano que tengo a una bolsa es la del mandado), sino que esa caída del mercado nipón, seguido de los mercados bursátiles europeos, los mercados americanos… y así hasta la Bolsa Mexicana que, tras diez días de bajadas consecutivas, resistió lo suyo: su principal indicador cayó poco menos del 1 por cien.
¿Y a mí qué me importa que caigan los valores del Banco Longoria, o la Panificadora La Purísima? La verdad, nada; yo lo más cercano que he estado de tener una acción en mis manos, es jugando al Monopolio, que es un juego que me resulta aburrido –como todos los juegos de mesa, a decir verdad.
A mí lo que realmente me preocupa es la caída del peso, que en términos reales significa que mi dinero –de por sí escaso– vale cada día menos; hasta donde leí, la divisa mexicana llegó a cambiarse a razón de más de 20 unidades por cada dólar de los Estados Unidos, aunque cerró la jornada, leo, sobre los 19 y treinta y tantos por cada billete verde.
Yo, que algo entiendo de los rudimentos de esa ciencia oculta que es la economía (hasta maestro de macro fuí hace algunos años), me estaba devanando los sesos, hasta que reparé que ya pasaba de la medianoche y que ninguna de mis meditaciones podía servir para solucionar la que se armó con la apreciación del Yen japonés, ni para remediar la posibilidad de que Estados Unidos entre en un ciclo recesivo –o que los especuladores nos lo hagan creer–, y menos para revertir la tendencia a soltar en masa valores de las grandes tecnológicas.
Respiré hondo, puse mi mente en blanco y dejé las preocupaciones para la mañana del lunes –o lo intenté, porque tuve una noche poblada de atroces pesadillas.
No me ayudes compadre.
Leo, con harta preocupación, que la presidenta electa quiere dar un mensaje de calma, lo que estaría bien si no intentara calmarnos diciendo una serie de barbaridades: que nuestra economía está bien, que las finanzas públicas mexicanas son sólidas y que a nuestro país la crisis de los mercados en curso nos va a hacer lo que el viento al Benemérito.
A mí que me disculpe la señora, pero hasta donde entiendo, y lo que se ve, eso de la economía no es su fuerte.
Citando fuentes oficiales, para que no me digan que estoy inventando, el déficit fiscal del país a mayo de este año –y en crescendo–, es de casi el 6 por ciento del PIB, de un orden de los 377 mil millones de pesos, el mayor déficit del gobierno federal en 34 años. En cristiano: el gobierno gasta 100 pesos por cada 94 que ingresa.
Pero lo peor es el asunto de los niveles de la deuda pública, que en febrero, y sigo citando a Hacienda era de 14 punto 8 billones 987 mil 900 millones de pesos, una cifra que me obligó a agarrar un papel y la pluma, para siquiera entender de qué estoy hablando: 14, 987, 000, 000, 000; una cuenta rápida me dice que cada mexicano debe, nomás por estar bendecidos por este gobierno honesto y trabajador, poco más de 110 mil pesos.
Esta deuda es casi el 47 por ciento del PIB, es decir casi la mitad del monto de lo que producimos en un año. Otra vez en cristiano: gastamos más de lo que tenemos y además debemos casi la mitad de lo que ganamos. ¿Y no nos va a hacer nada una crisis económica mundial?
Yo por lo pronto hoy, ya tranquilizado por la Doctora, no pegó ojo.
Abur.
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