Las interrogantes del sábado negro en Aguascalientes
Los hechos de violencia registrados la semana pasada en Aguascalientes no deben ser subestimados, sino más bien tratar de saber la complejidad del problema.
Es cierto que en un primer momento, las distintas autoridades pasaron por una típica crisis de comunicación que quisieron manejar inicialmente mediante la argucia de que no tenían posicionamiento, luego con declaraciones contradictorias de si la gente salía o no salía de sus casas, más tarde señalando que algunos alcaldes de municipios donde ocurrieron los hechos no eran confiables y al día siguiente aclarando que todo estaba planeado, lo que equivale a decir que atraparon al ladrón de la tele, pero que los demás ladrones se incendiaron la casa, los oxxos, las calles, etcétera.
Total, un desastre derivado de la inexperiencia y la novatéz, pero deja una lección importante, no se gobierna con las redes, sino con los resultados concretos. Fuera de eso, al final no es lo más importante.
Las interrogantes son numerosas, pero se condensan en lo poroso y lo sofisticado que se ha convertido el problema del crimen organizado y sus distintos participantes. Y aquí, por supuesto, pues hay varias dudas.
La primera es cuánto tiempo tenía esa gente en la zona de los hechos, cómo llegaron, quién los reclutó, dónde vivían, cómo se movían, cuánto tiempo llevaban en esa actividad y de allí surge el primer agujero. Si el combate a la delincuencia empieza por los sistemas de inteligencia, las autoridades no se dieron cuenta de nada dentro de un estado muy pequeño, urbanizado y bien comunicado como es Aguascalientes y si se dieron cuenta se quedaron callados o miraron para otro lado.
Ahora se dice que algunos eran muchachos desaparecidos desde el mes pasado, pero un diario de la Ciudad de México afirma haber recibido información extraoficial según la cual, los expedientes de búsqueda datan en realidad desde el año pasado.
La segunda pregunta es, ¿quién los provee de armas y explosivos teóricamente reservados para uso exclusivo del ejército mexicano? Alguna debe ser la respuesta, porque es poco probable que solo carguen con dos cambios de ropa, efectos personales y fotos de la familia.
La tercera curiosidad es ¿cómo administran sus ingresos? Porque lógicamente tenían un salario que gastaban o que enviaban a sus casas. ¿De dónde les pagan los empleadores? ¿Cómo se los entregan? Ahora se sabe que en plena era digital el uso del efectivo en la economía mexicano ha aumentado de manera muy preocupante. El efectivo en circulación equivale ya a más o menos el 10% del producto interno bruto y hace una década era la mitad.
Seamos realistas con las lecciones que deja el episodio. De manera racional, cabe admitir que este negocio opera sobre la base de una impecable lógica de mercado, que detecta una necesidad que es reclutar personas, construye una logística para ello, los trasladan, mueven y pagan y satisface el requerimiento de los malos. ¿Hay en este proceso algo de extravagante? Pues la verdad, no.
Nunca como ahora el crimen organizado había logrado montar una estructura en la que para empezar ya no trabajan a partir de formas piramidales de control y coordinación, sino a través de redes horizontales en las que participa cualquier cantidad de actores, políticos, funcionarios, policías, militares, transportistas o personas modestas que prestan servicios de alimentación y de alojamiento. Que son altamente además flexibles para responder a lo que se necesita.
Hay una lección final, parte del fracaso en la estrategia de muchos gobiernos para combatir el crimen organizado, se explica porque más allá de las complicidades y de la corrupción que pueda haber con diversas autoridades, no han logrado comprender la dinámica y la lógica con la que actúan estos grupos y cuando no se comprenden las características específicas de un problema, pues lógicamente se ataca con instrumentos, medidas y políticas equivocadas.
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