Más allá del dinero: el papel de la finanzas

Cuando las antiguas civilizaciones tuvieron el valor de explorar el océano, se dieron cuenta de la necesidad de referencias que les permitieran ubicarse para no acabar a la deriva. La brújula fue una de las primeras herramientas que cumplieron esa labor, de manera tan adecuada que hoy día siguen utilizándose. Una brújula no reemplaza las decisiones de un capitán; pero cuando el cielo se nubla o la costa desaparece, ofrece algo esencial: certeza en medio de la incertidumbre. Nos dice dónde estamos para que podamos decidir hacia dónde dirigirnos.

En el mar de la economía ocurre algo parecido. Las finanzas, bien entendidas, son una herramienta de orientación y una brújula social: constituyen una manera de ubicarnos en la complejidad del mundo para tomar decisiones que sean viables y también responsables. Hablar de finanzas no se trata únicamente de saber cuánto tenemos o cuánto nos falta. 

Lo importante es entender qué hacer con lo que tenemos y con qué visión de futuro actuamos. De ahí la vigencia de aquella frase contundente de Warren Buffett: “El riesgo viene de no saber lo que estás haciendo.” Esa es la diferencia entre una brújula bien calibrada y un timón a la deriva por falta de herramientas de navegación.

Las finanzas, en todos sus niveles —personal, empresarial, institucional— nos ayudan a leer las circunstancias y, desde ahí, orientar decisiones fundamentales. Así, entre otras cosas, nos muestran qué proyectos se priorizan: por ejemplo, si destinamos recursos a educación o a gasto militar. También determinan qué sectores se apoyan: si se promueve el emprendimiento o la especulación sin límites. Pero, sobre todo, nos revelan qué se valora: la rentabilidad inmediata o la sostenibilidad a largo plazo. Si pensamos en estos casos, nos daremos cuenta de que el manejo de recursos nunca es neutral: toda inversión, todo presupuesto, es también una declaración ética y de ahí la necesidad de que las finanzas, como herramienta, sean una brújula afinada. 

Una economía bien manejada también ayuda a reducir la incertidumbre. Evaluar riesgos, diseñar escenarios y asignar recursos de forma responsable no es sólo una buena práctica: en contextos sociales complejos, esto se convierte en una forma de justicia preventiva. Significa proteger a los más frágiles, anticipar crisis, o lograr transitarlas cuando son inevitables. Así, las decisiones financieras tienen impacto en la calidad de vida de las personas.

Por ello, si esta brújula se calibra con enfoque humano, entonces puede guiar hacia la inclusión y la equidad: democratizar el acceso al crédito y a la educación, impulsar políticas públicas orientadas al bienestar y apoyar economías solidarias… en pocas palabras, funcionar como un motor de transformación social.

Por eso necesitamos instituciones que formen especialistas en finanzas con alto nivel técnico, pero también con ética, humanismo e integridad. Profesionales capaces de leer balances, pero también de leer el mundo. De proyectar escenarios, pero también de imaginar futuros más justos. 

Regresando a la metáfora inicial, nuestra brújula debe calibrarse con preguntas de alta sensibilidad e importancia, como las siguientes: ¿A dónde queremos llegar como personas, como empresas, como sociedad? ¿Qué estamos priorizando con nuestras decisiones? ¿Qué tipo de país queremos? ¿Cómo podemos ayudar a llegar ahí, a través de nuestras decisiones financieras? Estoy segura que, desde estos planteamientos u otros semejantes, nos será posible guiar mejor nuestro barco, de tal manera que podamos darle un sentido profundo y humano a nuestra relación con los recursos materiales.

Aprovecho esta columna para felicitar a la Licenciatura en Administración Financiera de nuestra universidad por sus 45 años de vida. Deseo de corazón que continúe siendo un semillero de grandes profesionistas con alta capacidad técnica y, sobre todo, reflejando lo que somos para la sociedad: un espacio de educación e investigación humanista, comprometido con el bienestar de las personas.

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