México, entre dos fuegos: la negociación con EE.UU. y el juego con Canadá

La diplomacia mexicana enfrenta hoy una prueba de resistencia y estrategia que, aunque no es nueva, sí tiene un matiz distinto. La administración de Donald Trump ha vuelto a poner a México contra la pared con su clásica estrategia de presión económica, vinculando la migración y el narcotráfico con medidas comerciales. Al mismo tiempo, Canadá, aunque con un tono más diplomático, se encuentra en una posición que indirectamente también obliga a México a actuar.

El acuerdo alcanzado entre México y Estados Unidos para suspender temporalmente los aranceles del 25% sobre productos mexicanos es una victoria táctica, pero no estratégica. Se logró una pausa en la aplicación de la medida hasta el 4 de marzo de 2025, lo que le da al gobierno de Claudia Sheinbaum un respiro para seguir negociando. Sin embargo, esta concesión tiene un costo: el despliegue de más efectivos en la frontera y una mayor colaboración en seguridad. En términos prácticos, esto significa que México sigue siendo el filtro migratorio de Estados Unidos, sin recibir a cambio mayores incentivos económicos o garantías de que la presión disminuirá en el futuro.

Por otro lado, el acuerdo entre Estados Unidos y Canadá, aunque responde a una lógica similar, tiene un impacto distinto. Mientras que la presión sobre México se enfoca en frenar el tránsito de migrantes y el flujo de drogas, la negociación con Canadá ha girado en torno a la seguridad fronteriza y la cooperación en inteligencia. Canadá ha accedido a invertir en tecnología de vigilancia y a reforzar su frontera, evitando así la imposición de los mismos aranceles que se amenazaron contra México.

Aquí surge una pregunta clave: ¿Afecta realmente a México el acuerdo entre EE.UU. y Canadá? La respuesta, aunque no es directa, es que sí, pero no tanto en términos comerciales como en la percepción de las relaciones trilaterales. Si bien México y Canadá han sido históricamente aliados en contra de los excesos proteccionistas de EE.UU., en esta ocasión Canadá ha logrado salir mejor librado, sin mayores sacrificios internos. Esto deja a México en una posición incómoda, ya que si bien forma parte del mismo bloque comercial, las reglas del juego siguen sin ser equitativas.

En términos económicos, el acuerdo EE.UU.-Canadá no representa una amenaza inmediata para México. No se trata de una sustitución comercial ni de un desplazamiento de inversiones. Sin embargo, sí deja una señal preocupante: México sigue siendo visto como el eslabón débil en la relación trilateral, el socio al que se le pueden exigir más concesiones sin que esto implique una crisis política o comercial de gran escala.

La clave para México será no quedar atrapado en el rol de amortiguador de Estados Unidos, sino utilizar esta coyuntura para replantear su papel en la relación trilateral. La suspensión de aranceles es un respiro momentáneo, pero la verdadera discusión debería centrarse en cómo México puede transformar su relación con EE.UU. y Canadá en una de corresponsabilidad y no solo de contención.

Por ahora, la lección es clara: en la negociación con Estados Unidos, la presión es directa; en la negociación con Canadá, la estrategia es sutil, pero el impacto no deja de sentirse. México deberá jugar con inteligencia para no quedar atrapado entre dos fuegos.

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Nadine Cortés
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