Perspectiva. El experimento milagroso (Primera parte)
“El desarrollo es la última palabra”
Deng Xiaoping
Shenzhen, Cantón, China
El martes hay una tarde cálida y soleada en Shenzhen. En un parque central arbolado, con múltiples senderos y espacios verdes para descansar y jugar, los niños levantan el vuelo de cometas y juegan con sus padres. Hay un barullo constante por la celebración de la exposición anual de flores. Cientos de comerciantes ocasionales venden comida, antojitos y juguetes. Artistas espontáneos cantan y bailan con sus bocinas a un lado. En un prado está una tienda temporal de hamburguesas McDonalds y otra de electrónicos Huawei, dos símbolos históricos.
Como fondo está la ciudad, una metrópoli nueva, con múltiples edificios de vivienda, hoteles y oficinas. En el centro, un rascacielos de 116 pisos, puntualiza el milagro económico más grande que ha visto la humanidad. En 46 años la ciudad multiplicó al menos 270 veces su población y la región incrementó su ingreso con una cifra semejante. En 1978 era una ciudad no mayor a Romita, Guanajuato. En dos generaciones se convirtió en la sexta ciudad más importante de China con 13.3 millones de habitantes. Su ingreso por habitante es superior al de Italia.
Todo comenzó hace justamente 46 años, el 12 de noviembre de 1978, cuando el líder chino Deng Xiaoping realizó una gira por el sureste asiático y tuvo un encuentro con Lee Kuan Yew, el líder y forjador de Singapur como país independiente. Deng vio que los “tigres” asiáticos (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur) se desarrollaban rápido. Singapur le causó la mayor sorpresa. El 75 % de su población era de origen chino y su gobierno autoritario -dicen algunos-, daba resultados de crecimiento sorprendentes. La calidad de su infraestructura e instituciones acompañaban una total apertura económica con apoyo de su gobierno a las empresas locales y extranjeras. Singapur crecía al 8% anual en promedio con bajos impuestos y cero aranceles para importaciones y exportaciones.
Deng comprendió que ese era el mejor camino, la “mejor marcha” para su país de más de mil millones de habitantes. Singapur, una pequeña isla que entonces contaba con 3 millones de habitantes, sería la muestra ideal para “experimentar” la apertura en China. Cientos de funcionarios fueron a ver y aprender el modelo bajo la ayuda de Lee Kuan Yew. En 1984 Deng incorporó en su proyecto al genio de la economía y gran estadista de Singapur, Goh Keng Swee, un chino nacido en Malasia y educado por las Naciones Unidas; un estudiante sobresaliente, doctorado en la Escuela de Economía de Londres. Goh sugirió desde el principio la creación de zonas económicas especiales. Si el modelo funcionaba podrían ampliarlo como después lo hicieron. Lo primero sería aprovechar la cercanía de Hong Kong, entonces en manos de Inglaterra, fuente natural de financiamiento y creación de empresas. Shenzhen era el punto ideal en el Delta del río Perla.
Habían pasado pocos años desde que Richard Nixon viajara a China para establecer relaciones con el país comunista. Mao Zedong había muerto y el 90 % de la población vivía en la pobreza con un ingreso de apenas 200 dólares al año por habitante. La única forma de cambiar el curso era la apertura total, abrazar el capitalismo. Deng Xiaoping comenzó la no tan larga marcha hacia el desarrollo y la prosperidad.
Hoy, al llegar al aeropuerto Shenzhen Bao’an nos inunda una nostalgia dolorosa. Su arquitectura majestuosa es parecida al proyecto del destruído aeropuerto de Texcoco. Su forma, vista desde el aire, es de una gran mantarraya. Diseñado por los arquitectos italianos Massimiliano y Doriana Fuksas. Hoy recibe más de 53 millones de pasajeros al año y es uno de los principales aeropuertos de carga del mundo donde tiene su sede DHL. Los aeropuertos siempre serán la tarjeta de presentación de un país o de una región. (Continuará)
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