Perspectiva. Experimento milagroso (Tercera y última parte)
“Ante todo, desarrollo de la producción primero y, luego, prosperidad colectiva.”.
Deng Xiaoping
Shenzhen, Cantón, China
En un centro comercial de Shenzhen llamado Upperhills, abundan las marcas tradicionales de Occidente: Galeries Lafayette de Francia, Zara de España, Abercrombie & Fitch de Estados Unidos. Si no fuera porque todo está en mandarín, uno diría que es un mall norteamericano.
Pero hay algo distinto: existe una gran oferta de marcas de automóviles chinas. Por ejemplo un Xiaomi SU7. La marca proviene de un fabricante de teléfonos celulares que decidió hacer autos. El SU7 es parecido al Porsche eléctrico Taycan, sólo que es más rápido y cuesta la mitad. El vendedor dijo que su precio va de 600 a 900 mil pesos mexicanos con el subsidio del gobierno. Sus especificaciones y tecnología lo hacen más atractivo que el lujoso auto alemán.
La oferta es de eléctricos, híbridos e híbridos enchufables. Hoy China es el país que más vehículos consume. En los primeros 8 meses de este año se vendieron 18.77 millones. Su salida de la pobreza creó el mayor mercado en apenas 20 años.
Deng Xiaoping abrió el país al capital porque sabía que la única forma de desarrollo consistía en la alta producción de bienes, infraestructura y servicios. Desde entonces hacen de todo. En el mercado de electrónicos de Shenzhen se venden más productos que en ninguna otra parte del mundo. Las exposiciones anuales de Cantón duran meses y son feria de materiales y sistemas de construcción, electrónica, ropa y cualquier invento que los clientes quieran encargar.
Aquí la obsesión por el desarrollo es inimaginable. Justo acaban de anunciar una “Gran Muralla Solar”, un proyecto que contempla en Mongolia interior, 400 kilómetros de largo por 5 de ancho. Instalarán 196 mil paneles para producir 48 mil millones de kWh al año. Los paneles serán, a la vez, invernaderos para hacer florecer el desierto. Hoy China produce el 90% de los paneles. Ha logrado que el precio baje a una veinteava parte de lo que tenían hace 15 años.
La visión de Deng fue correcta. La alta productividad ayudaría a sacar de la pobreza a su país. En 40 años más de 800 millones de personas salieron de la pobreza extrema. No sólo eso, el 50 % de la población es considerada como de clase media. Unos 700 millones que hoy consumen 50 veces más que sus abuelos.
Los logros fueron a base de apertura, trabajo, ahorro e inversión. La epidemia de Covid mostró el sello autoritario del gobierno al encerrar a todos durante dos años, hasta que surgieron grietas sociales por la desesperación. El autoritarismo de Mao Zedong con políticas públicas extraviadas produjo pobreza, estancamiento y muerte. El autoritarismo de Deng transformó al país que está destinado a ser la primera economía mundial por su tamaño y perseverancia.
Henry Kissinger lo comprendió y explicó con profundidad en su obra magna “On China”. La larga historia de China les enseñó que no todos los problemas tienen una solución inmediata, pero sí a largo plazo. Ahora enfrentan un conflicto comercial con Donald Trump. Están mejor preparados que hace ocho años, a pesar de sus dificultades.
Contra lo que piensa Trump, que sólo estará 4 años en la presidencia, las barreras arancelarias debilitan la competitividad de Estados Unidos y, a la larga, fortalecerá la productividad y competitividad China. EEUU no tendrá el “free lunch” que propone el presidente electo.
Nuestra presidenta Claudia Sheinbaum se plegará al núcleo de Norteamérica, pero haría bien en observar las virtudes de producir más rápido y mejor. Algo de lo que nunca se habla en la mañanera.
Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión.