Redes y reconocimiento del otro
De todos los vídeos que se compartieron en redes este 5 de enero, luego de la detención de Ovidio Guzmán y en medio de una jornada muy violenta en Sinaloa, dos llamaron poderosamente mi atención. En el primero, las y los pasajeros de un vuelo de Aeroméxico que iba a salir de Culiacán hacia la Ciudad de México se ven en el piso, mientras el avión se sigue moviendo en pista y afuera hay una balacera; las voces de niños preguntando “¿por qué?” añaden más impotencia a la escena ya de por sí dolorosa. En el otro vídeo se ven, desde la perspectiva de alguien que maneja un vehículo, dos niños que lo acompañan, están armados y presuntamente son parte de los grupos que hicieron disturbios en Culiacán y otras ciudades sinaloenses. Más allá del evidente contraste y de lo mucho que se podría decir sobre las infancias, los contextos en que se desarrollan y las desigualdades, quiero enfocar la atención en lo que vemos y expresamos a través de las redes, así como la empatía que podemos sentir —o no— ante quienes aparecen ahí.
Por un lado, alguien tomó cada vídeo desde un punto de vista y con algún propósito. Luego estos y otros vídeos fueron compartidos una y otra vez mediante WhatsApp y diferentes perfiles y páginas en redes sociodigitales. Ahí entramos nosotros, que los vimos. Quizá nos llegaron en WhatsApp, quizás estábamos haciendo scrolling en Facebook o Twitter o TikTok y vimos pasar esas imágenes, quizás incluso las vimos hasta que aparecieron en algún noticiero. Específicamente, en las que se compartieron en redes sociodigitales, había muchos comentarios. Era muy fácil empatizar con el primer vídeo, con el miedo de niñas y niños ante el peligro que estaban experimentando; los comentarios expresaban eso. El segundo era complicado y ahí las reacciones se dividían entre distintas posturas, entre los comentarios había uno que decía “mira sus caritas, el miedo”.
Aunque las situaciones eran distintas, me llamó la atención ese asomo de empatía que sentimos ante alguien que solo estamos viendo o escuchando en una pantalla. Hace un par de años, Ernesto Pérez-Castro, uno de mis tesistas de doctorado, finalizó su investigación sobre pantallas, alteridad y adolescencia. Este colega, con una sólida formación y experiencia laboral en comunicación y educación, se preguntaba por la dimensión ética de las interacciones en línea que tienen las y los adolescentes. Aunque sabemos que en las redes tendemos a vivir en una burbuja y no solemos estar muy en contacto con gente que piensa distinto a nosotros, Ernesto Pérez-Castro se preguntaba si es posible encontrar y reconocer la diferencia en las imágenes que vemos en las redes sociodigitales.
Luego de realizar grupos de discusión y entrevistas con estudiantes de 12 a 15 años, en escuelas de León, Morelia y la Ciudad de México, Pérez-Castro (2020) concluyó que, aunque las interacciones en línea son fragmentadas y se refuerza la homogeneidad por obra y gracia de los algoritmos, las y los adolescentes son capaces de sentir empatía por el otro a través de las pantallas, así como de reconocer la diferencia. Encontró en ellas y ellos una amplísima cultura visual, que se relaciona con la presencia de dispositivos digitales en la vida cotidiana. Sin embargo, vio que hace falta mayor trabajo de alfabetización digital crítica, que no se concentre en saber usar los medios digitales en términos técnicos, sino que permita comprender cómo funciona todo el entramado.
Como lo he dicho repetidamente, el trabajo de Ernesto Pérez-Castro se enfocó en adolescentes, pero hay mucho que podemos aprender y aplicar entre nosotras/nosotros en la vida adulta. Episodios como el del “jueves negro” de Culiacán y las imágenes que vimos hacen evidente lo mucho que necesitamos reflexionar sobre las dinámicas de circulación de información y nuestra capacidad de encontrar al otro a través de una pantalla.
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