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Durante su toma de posesión, Claudia Sheinbaum Pardo pidió ser nombrada “presidenta” al convertirse en la primera mujer en ocupar el cargo. En su discurso invitó a la ciudadanía a no negar con el lenguaje lo que ya es una realidad y pidió se normalice la presencia femenina en profesiones como “abogada”, “científica”, “soldada”, “bombera”, “doctora”, “maestra”, “ingeniera”, designando a quienes se identifiquen con el género femenino, con “a” al final,  porque sólo lo que se nombra existe.

La petición de Sheinbaum causó escozor. No faltaron quienes, tratando de imponer su visión sobre el correcto uso de la lengua española le recordaron a ella, la jefa de Estado, que el masculino es denominador universal al nombrar tanto a hombres, como a hombres y mujeres en su conjunto; como si la gramática fuera un ordenamiento inmutable, inamovible y no negociable sin importar que no nos sintamos cobijadas por sus normas.

Aunque, efectivamente, el masculino hegemónico arrope a ambos géneros, el artículo 34 de la Constitución de 1857, que definió como ciudadanos de la República “a todos los que teniendo la calidad de mexicanos, tuvieran 18 años si eran casados y 21 si no lo eran, así como un modo honesto de vivir”, fue entendido de forma literal dejando fuera a las mujeres del derecho a la ciudadanía, pese a no haber ninguna restricción expresa. Para hacer posible el voto de la mujer y los demás derechos político-electorales, se tuvo que corregir el texto constitucional para especificar que “son ciudadanos de la República los varones y mujeres”, reforma que entró en vigor el 17 de octubre de 1953.

La rectificación de eso que en apariencia era una ambigüedad lingüística permitió el reconocimiento del sufragio femenino. A 71 años de este episodio, tal vez la discusión no trate de la lengua sino de un orden social que se ha visto trastocado. Cambiar el género gramatical con la sustitución de una letra quizá amenace esa jerarquía fundada en la subordinación de las mujeres, pues el lenguaje es el medio de expresión del pensamiento, se dota de significado a las palabras y eso nos permite comprender el mundo en que vivimos. Sólo lo que se nombra existe. La realidad es cambiante y las lenguas tienden a adaptarse, en la actualidad la demanda de justicia social incluye estructuras lingüísticas que den cabida a otras identidades, y que su inclusión se materialice tanto en la comunicación como en las dinámicas sociales.

Como dato curioso, la palabra “presidente” es el antiguo participio activo del verbo “presidir” pero de acuerdo con la Real Academia Española (RAE) el uso extendido de su forma femenina, documentado desde finales del siglo xv y registrado en el diccionario académico desde 1803, lo vuelve una forma válida y preferible para referirse a las mujeres que ocupan ese cargo.

Las ideas aquí expresadas pertenecen sólo a la autora, BI Noticias las incluye en apoyo a la libertad de expresión.

 

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Hilda Hermosillo Hernández
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