Perspectiva. Guanajuato era una fiesta

La antipandemia llegó el sábado a Guanajuato capital con decenas de miles de turistas que disfrutaron el fin del Festival Cervantino y el anticipo del Día de Muertos. Jamás habíamos visto que el tráfico se detuviera horas en la calle Pocitos -antes de llegar a la Alhóndiga-.

Los restaurantes a tope; la calle subterránea llena de proyecciones, luces, mojigangas, y celebración de muertos. Para estacionarse había que ir a la entrada de Pozuelos o al Paseo de la Presa. El comercio móvil llegó a cada calle y esquina con buñuelos, antojitos y pan de muerto. La ciudad exhalaba barullo, alegría, y como siempre, arte desde sus entrañas.

El plato fuerte del día fue la presentación de la Orquesta Sinfónica de Los Ángeles con Gustavo Dudamel al frente. Un evento que nació lleno, es decir, desde el primer minuto no se pudieron adquirir boletos por Ticketmaster. El Teatro Juárez sonó como nunca desde la vez que Mstislav Rostropóvich dirigió a la Orquesta Sinfónica Nacional de Washington en 1979. Bueno, puede ser una exageración porque han pasado maravillosas orquestas y extraordinarios directores pero en la memoria cervantina quedará la primera sinfonía de Gustav Mahler entre las mejores presentaciones de nuestra historia. Y si en el Juárez se interpretó una sinfonía, por las calles fluían acordes de estudiantinas, de risas, luces y barullo incesante que avivaron nuestra joya de ciudad.

Tiene que llegar el tiempo en que un gobierno invente la forma de hacerla peatonal. Cuando hace 60 años Juan José Torres Landa la transformó con una cirugía profunda, nadie imaginaba que un río apestoso podría convertirse en una calle de infinitos colores ocre, de ecos vitales y de paseo obligado para todo visitante. Incluso quienes viven en la capital y la usan como vía diaria, pueden encontrar cada día algo nuevo en arcos de varios siglos. La Alhóndiga se limpió y la calle que lleva su nombre también se entubó.

Con el tiempo los mineros se dieron gusto haciendo túneles para inundar las calles y luego desfogarse. La obsesión son las momias, el mejor negocio municipal con mucho, después de los prediales. En la memoria de todo mexicano maduro reside la imagen de El Santo contra nuestras apacibles personas difuntas. Fue un filme de época. Si a los visitantes les produce un mórbido placer conocer a las momias, qué le vamos a hacer, mas que aprovecharlo para fortalecer las arcas del ayuntamiento.

El alcalde Alejandro Navarro quiso ampliar el alcance turístico de la ciudad con un museo nuevo que encontró moralina disidencia. No tanto por la implícita falta de respeto a los cadáveres, sino por lo horrible del proyecto. Hasta para exhibir momias se necesita el sentido estético correcto, además de la literatura que informe del fenómeno. Lloronas y muertos dejaron de asustarnos desde que los horrores llegan de lugares más temibles como los bares y botaneros del corredor industrial.

Pero es mejor hablar de vida y eso era Guanajuato, como lo ha sido San Miguel de Allende, a donde llega el turismo nacional e internacional. San Miguel fue nombrada la mejor ciudad pequeña del mundo por la revista Conde Nast Traveler. Van varios años en que se hace notar. Cuando vemos Guanajuato en medio del caos urbano, invadida de la creciente burocracia y deshecha en su periferia, pensamos que hay una gran oportunidad de limpiarla y transformarla. Vale mucho el esfuerzo de hacerlo.

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Enrique Gómez Orozco
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Editor Redacción

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