Un Retorno al Eco del Pasado: La Llegada de Trump y el Silencio que se Agranda
Es innegable que la entrada de un nuevo líder a la Casa Blanca provoca ondas que recorren la estructura misma de una nación. Pero cuando el recién llegado es Donald Trump, esas ondas se tornan en maremotos, en una sacudida que atraviesa ideologías, familias y fronteras. No es solo él quien regresa; detrás de su figura, casi en silencio, se asoman las sombras de un tiempo que creímos enterrado. La promesa de un muro, la mano que empuja a los más vulnerables fuera de escena, el odio que se cuela de manera imperceptible y se convierte en un acto cotidiano. La elección de un presidente es también una elección de silencios, de posturas y de invisibilidades, y el regreso de Trump es un eco ensordecedor de aquellos días en los que el miedo y la separación se convirtieron en moneda corriente.
Desde México, observamos la superficie del cambio: los nombres que ocuparán los cargos, las propuestas anunciadas, las amenazas que se hacen titulares. Pero lo que pasa desapercibido, lo que no se alcanza a ver, es la marea subterránea que arrastra divisiones, crímenes de odio, la erosión de la compasión y la construcción de barreras, algunas invisibles, pero igual de fuertes. Un presidente con una retórica radical no solo propone políticas; también inyecta en la atmósfera una forma de ver el mundo, de dividirlo, de establecer fronteras en el alma de quienes lo habitan.
Esta llegada no se traduce únicamente en cifras, en estadísticas que hablan de migración y comercio. Detrás de los números, hay vidas detenidas en el aire, en las puertas de una nación que se convierte en fortaleza. Y ahí, en medio de esa suspensión, se encuentran los consulados mexicanos, esas islas de auxilio y dignidad que, con apenas 49 en todo el territorio estadounidense, se ven sobrepasadas por las necesidades de casi 12 millones de mexicanos indocumentados, cuya vida pende de un hilo en un lugar que, por momentos, parece que los rechaza.
A cada mexicano que toca a las puertas de un consulado lo acompaña una historia de búsqueda, de desarraigo y de esperanza. Esos lugares de apoyo, limitados en recursos y en espacio, cargan sobre sus hombros la expectativa de una ayuda que a menudo no puede ofrecerse del todo. Porque la realidad es que no estamos preparados. Tuvimos años de aparente calma, un tiempo en el que pudimos haber tejido una red más fuerte, haber creado mecanismos de apoyo profundo y arraigado. Pero permanecimos inmóviles, creyendo que la tormenta no llegaría de nuevo, que quizás lo peor ya había pasado. En ese letargo, olvidamos que el ciclo siempre retorna, y que cada nuevo mandato trae consigo nuevas preguntas, nuevas fronteras, nuevas pruebas de resistencia.
El retorno de Trump no es solo el regreso de un líder, sino el de una atmósfera que enrarece y fragmenta, que sugiere que existen personas menos dignas de compasión, que algunos dolores son menos legítimos que otros. Y, mientras tanto, México sigue sin encontrar el modo de asistir a sus hijos dispersos. Nos cuesta comprender que no se trata solo de recibir a los deportados, sino de abrazarlos allá donde estén, de construir una presencia en suelo estadounidense que sea firme, sólida y, sobre todo, cercana.
En medio de este reflujo de tiempos oscuros, es imposible no pensar en aquellos que esperan, en los que, tal vez por un instante, se sienten huérfanos de patria. Nos toca asumir que la preparación no es un acto de un solo momento; es una práctica constante, un ejercicio de anticipación y de amor por aquellos que han cruzado la frontera y que, aun lejos, siguen siendo nuestra responsabilidad. Nos recuerda que no basta con ver pasar la tormenta desde la ventana; es necesario construir refugios para los días oscuros, porque el eco de los pasos que resuenan al otro lado ya es imposible de ignorar.
La historia nos da esta nueva oportunidad para cambiar la narrativa y para hacer visible el tejido invisible que sostiene a quienes, en silencio, cruzan cada día la línea fronteriza del olvido.
Esta columna es para todos ustedes, paisanos.
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